jueves, 21 de julio de 2016

LA NUEVA "SOCIALIZACIÓN" Y SUS CONSECUENCIAS EN LO INDIVIDUAL Y LO COLECTIVO

En el ensayo pasado se presentaban varios elementos que están fomentando nuestra desconexión interpersonal. Quisiera reiterar que no es mi intención satanizar la búsqueda del éxito personal, o los aparatos electrónicos, sino más bien enfatizar aquellos elementos presentes en la sociedad actual que están rompiendo el ritmo de las interacciones personales. Este ritmo interpersonal incluye las pausas en las conversaciones, las facciones, el lenguaje no-verbal, los afectos, el contacto físico, etc. y estos elementos no son solo un lujo o accesorio insignificante para el ser humano, tiene un propósito muy bien definido. Este tipo de interacciones sociales son parte de un sistema de recompensa de nuestro cerebro. Literalmente, nuestro cerebro recibe estimulación en los centros del placer al estar interactuando con otras personas y al mismo tiempo funciona para auto-regular nuestros afectos. Es por esto que cuando estamos tristes o muy felices necesitamos compartirlo con los demás. Estamos “cableados” para recibir placer y ser regulados por medio de la presencia de otra u otras personas. Por esto, cuando interrumpimos este ritmo social/neurológico, estamos estropeando los sistemas de placer y de auto-regulación. La comprensión de este hecho científico debería prender las alarmas sociales de aquellas personas encargadas de los sistemas de salud en nuestros países. 


El panorama social está cambiando, cada vez estamos interactuando menos con otras personas. Estamos recibiendo menos recompensas de lo social, teniendo que buscar ese placer en otras partes (adicciones, comida, conductas de alto riesgo, etc.), y al mismo tiempo tenemos menos recursos para regular nuestros afectos, principalmente el estrés.  ¿Vamos comprendiendo la relación de  estos conceptos con  nuestra realidad social? Hay más búsqueda de placer y menos regulación de impulsos. Las estructuras de nuestro cerebro que se requieren para ser Humanos y experimentar empatía requieren una interacción cotidiana, predecible, repetitiva y estable con un grupo de personas.

Nuestro cerebro no nace con el “chip” de la empatía, esta programación solo se logra con la constante estimulación social de un grupo emocionalmente funcional. Es tan ilógico como esperar que un infante de 2 años pueda tocar una sonata de Chopin. Esta tarea solo se podría lograr (no a los 2 años), por medio de repetición, repetición, repetición. La instalación de los mecanismos neurológicos para la empatía se basa en el mismo concepto: Repetición Cotidiana ¿Hoy esperamos una generación empática sin la socialización necesaria para su consolidación? 


Como sociedad global nos hemos expuesto a una situación muy particular, las comunidades con mas recursos económicos están experimentando la mayor pobreza relacional y las familias con menos recursos económicos están presentando una mayor y mejor calidad emocional en sus relaciones. Hay familias que viven en la opulencia material que añoran el contacto interpersonal.



Los seres humanos por naturaleza somos contagiosos. Por muchos años se ha estudiado el poder de las famosas neuronas espejo. Todos sabemos que si alguien bosteza, es muy probable que alguien se “contagie” del bostezo. También hemos observado (o hemos sido uno de ellos) a las parejas enamoradas que súbitamente se parecen en su hablar, caminar, vestir ¡y hasta físicamente! También somos contagiosos cognitivamente, ya que si pasamos mucho tiempo con un grupo de personas con un tipo de ideología es muy probable que comencemos a simpatizar con dichas ideas. Para bien y para mal, los humanos también somos contagiosos en los afectos. Si te reúnes con gente optimista, muy pronto comenzará a elevarse tu estado de ánimo y viceversa. El mejor ejemplo de este fenómeno se da en la infancia, en donde idealmente, el afecto positivo de una madre es transmitido al bebé por medio de patrones de estimulación neuronal (contacto visual, físico, tono de voz, estado interno de la madre, etc.) que con el tiempo y la repetición predecible se convertirá en un esquema mental llamado apego seguro. Esta capacidad externa (la madre) de amar se convertirá en una capacidad interna (del bebé) para amar.
La ley de Hebb en las neurociencias explica de manera sencilla que las neuronas que se activan juntas se mantienen juntas. Es decir, la repetición y predictibilidad de esta dinámica, terminará por crear un circuito neuronal fuerte y permanente.
Cuando interactuamos con otras personas, los centros del placer (recompensa) y de regulación de afectos de nuestro cerebro son activados de la misma manera que fueron activados cuando estábamos en brazos de mamá. Nuestros niveles de estrés se reducen al estar en la presencia de otro ser humano. Esto tiene mucho sentido cuando lo vemos en un contexto terapéutico. Cada hora que el terapeuta pasa frente a sus pacientes está conteniendo (neurológicamente) su desbordamiento afectivo.


Nuestros cerebros necesitan socializar para mantener su funcionamiento óptimo. Las sociedades y comunidades se están deteriorándose y muriendo debido al aislamiento interpersonal al cuál nos hemos sometido. Las investigaciones señalan que la gente que interactúa física y emocionalmente con más personas son más sanas, reportan mejor calidad de vida, su expectativa de vida es mayor, etc.
Cuando el ser humano experimenta relaciones interpersonales funcionales recibe recompensa (placer), y cuando esto ocurre nuestros afectos son regulados, dando como resultado un mejor funcionamiento cognitivo. Es decir, nuestro cerebro  funciona de manera óptima (creatividad, resolución de problemas, disciplina, memoria, atención, concentración, etc.) cuando socializa. 
Los programas de salud han intentado de “atacar” los problemas  sociales y de salud como las adicciones, obesidad, criminalidad, estrés, calidad de vida, abandono escolar, bullying, etc., poniendo “curitas,” pero sin darse cuenta que estos son solo síntomas de una enfermedad mayor: ESTAMOS DEJANDO DE SOCIALIZAR.


Por muchos años se debatió si el famoso concepto de la Resiliencia humana se debía a factores inherentes al ser humano, o se debía a factores sociales-ambientales positivos. Hoy, las neurociencias nos han comprobado de manera tajante que la resiliencia es el resultado de interacciones sociales positivas (recompensa y regulación de afectos) a temprana edad. Esto tiene sentido cuando vemos a una mente en desarrollo que es expuesta a interacciones sociales positivas, asocia la compañía y la presencia de otras personas con afectos positivos y esto dará como resultado un nacimiento psicológico de un Self Bueno. Lo opuesto también ocurre; una mente en desarrollo que no es expuesta a situaciones positivas, o que se expone a situaciones violentas que se asocian con la presencia otras personas, no obtendrán la recompensa y ni la regulación de afectos necesaria para sobrevivir en una comunidad. Esto dará como resultado, el nacimiento de un Self Malo. El Self bueno, buscará situaciones y experiencias positivas en su vida y tendrá un funcionamiento cognitivo óptimo porque cuenta con la recompensa (placer) y la regulación afectiva para llevarlo a cabo, mientras que el Self Malo buscará fuentes de recompensa (placer) y de regulación de afectos en lugares disfuncionales como adicciones, relaciones disfuncionales, malos hábitos y por lo mismo su desempeño cognitivo será por debajo de lo funcional.

En el ensayo anterior comencé exponiendo que ésta es una verdad innegable e irrefutable. La disminución de la socialización está alterando peligrosamente el funcionamiento individual y por ende, la salud de nuestras comunidades.


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