En el ensayo
pasado se presentaban varios elementos que están fomentando nuestra desconexión
interpersonal. Quisiera reiterar que no es mi intención satanizar la búsqueda del
éxito personal, o los aparatos electrónicos, sino más bien enfatizar aquellos
elementos presentes en la sociedad actual que están rompiendo el ritmo de las
interacciones personales. Este ritmo interpersonal incluye las pausas en las conversaciones, las facciones, el lenguaje no-verbal, los afectos, el contacto físico, etc. y estos elementos no son solo un lujo o accesorio insignificante para el ser humano, tiene un propósito muy bien definido. Este tipo de interacciones sociales son parte
de un sistema de recompensa de nuestro cerebro. Literalmente, nuestro cerebro
recibe estimulación en los centros del placer al estar interactuando con otras
personas y al mismo tiempo funciona para auto-regular nuestros afectos. Es por
esto que cuando estamos tristes o muy felices necesitamos compartirlo con los
demás. Estamos “cableados” para recibir placer y ser regulados por medio de la
presencia de otra u otras personas. Por esto, cuando interrumpimos este ritmo
social/neurológico, estamos estropeando los sistemas de placer y de
auto-regulación. La comprensión de este hecho científico debería prender las
alarmas sociales de aquellas personas encargadas de los sistemas de salud en
nuestros países.
El
panorama social está cambiando, cada vez estamos interactuando menos con otras
personas. Estamos recibiendo menos recompensas de lo social, teniendo que
buscar ese placer en otras partes (adicciones, comida, conductas de alto riesgo,
etc.), y al mismo tiempo tenemos menos recursos para regular nuestros afectos, principalmente el estrés. ¿Vamos comprendiendo la relación de estos conceptos
con nuestra realidad social? Hay más búsqueda
de placer y menos regulación de impulsos. Las estructuras de nuestro
cerebro que se requieren para ser Humanos y experimentar empatía requieren una
interacción cotidiana, predecible, repetitiva y estable con un grupo de
personas.
Nuestro
cerebro no nace con el “chip” de la empatía, esta programación solo se logra
con la constante estimulación social de un grupo emocionalmente funcional. Es
tan ilógico como esperar que un infante de 2 años pueda tocar una sonata de
Chopin. Esta tarea solo se podría lograr (no a los 2 años), por medio de
repetición, repetición, repetición. La instalación de los mecanismos
neurológicos para la empatía se basa en el mismo concepto: Repetición Cotidiana ¿Hoy esperamos una
generación empática sin la socialización necesaria para su consolidación?
Como
sociedad global nos hemos expuesto a una situación muy particular, las
comunidades con mas recursos económicos están experimentando la mayor pobreza
relacional y las familias con menos recursos económicos están presentando una mayor
y mejor calidad emocional en sus relaciones. Hay familias que viven en la
opulencia material que añoran el contacto interpersonal.
Los
seres humanos por naturaleza somos contagiosos. Por muchos años se ha estudiado el
poder de las famosas neuronas espejo. Todos sabemos que si alguien bosteza, es
muy probable que alguien se “contagie” del bostezo. También hemos observado (o
hemos sido uno de ellos) a las parejas enamoradas que súbitamente se parecen en
su hablar, caminar, vestir ¡y hasta físicamente! También somos contagiosos
cognitivamente, ya que si pasamos mucho tiempo con un grupo de personas con un
tipo de ideología es muy probable que comencemos a simpatizar con dichas ideas.
Para bien y para mal, los humanos también somos contagiosos en los afectos. Si
te reúnes con gente optimista, muy pronto comenzará a elevarse tu estado de
ánimo y viceversa. El mejor ejemplo de este fenómeno se da en la infancia, en
donde idealmente, el afecto positivo de una madre es transmitido al bebé por
medio de patrones de estimulación neuronal (contacto visual, físico, tono de
voz, estado interno de la madre, etc.) que con el tiempo y la repetición
predecible se convertirá en un esquema mental llamado apego seguro. Esta
capacidad externa (la madre) de amar se convertirá en una capacidad interna
(del bebé) para amar.
La ley
de Hebb en las neurociencias explica de manera sencilla que las neuronas que se
activan juntas se mantienen juntas. Es decir, la repetición y predictibilidad
de esta dinámica, terminará por crear un circuito neuronal fuerte y permanente.
Cuando
interactuamos con otras personas, los centros del placer (recompensa) y de
regulación de afectos de nuestro cerebro son activados de la misma manera que
fueron activados cuando estábamos en brazos de mamá. Nuestros niveles de estrés
se reducen al estar en la presencia de otro ser humano. Esto tiene mucho
sentido cuando lo vemos en un contexto terapéutico. Cada hora que el terapeuta
pasa frente a sus pacientes está conteniendo (neurológicamente) su desbordamiento
afectivo.
Nuestros
cerebros necesitan socializar para mantener su funcionamiento óptimo. Las sociedades y comunidades se están deteriorándose
y muriendo debido al aislamiento interpersonal al cuál nos hemos sometido. Las
investigaciones señalan que la gente que interactúa física y emocionalmente con
más personas son más sanas, reportan mejor calidad de vida, su expectativa de vida
es mayor, etc.
Cuando
el ser humano experimenta relaciones interpersonales funcionales recibe
recompensa (placer), y cuando esto ocurre nuestros afectos son regulados, dando
como resultado un mejor funcionamiento cognitivo. Es decir, nuestro
cerebro funciona de manera óptima
(creatividad, resolución de problemas, disciplina, memoria, atención,
concentración, etc.) cuando socializa.
Los
programas de salud han intentado de “atacar” los problemas sociales y de salud como las adicciones,
obesidad, criminalidad, estrés, calidad de vida, abandono escolar, bullying, etc.,
poniendo “curitas,” pero sin darse cuenta que estos son solo síntomas de una
enfermedad mayor: ESTAMOS DEJANDO DE SOCIALIZAR.
Por
muchos años se debatió si el famoso concepto de la Resiliencia humana se debía
a factores inherentes al ser humano, o se debía a factores sociales-ambientales
positivos. Hoy, las neurociencias nos han comprobado de manera tajante que la
resiliencia es el resultado de interacciones sociales positivas (recompensa y
regulación de afectos) a temprana edad. Esto tiene sentido cuando vemos a una
mente en desarrollo que es expuesta a interacciones sociales positivas, asocia
la compañía y la presencia de otras personas con afectos positivos y esto dará
como resultado un nacimiento psicológico de un Self Bueno. Lo opuesto también
ocurre; una mente en desarrollo que no es expuesta a situaciones positivas, o que
se expone a situaciones violentas que se asocian con la presencia otras
personas, no obtendrán la recompensa y ni la regulación de afectos necesaria
para sobrevivir en una comunidad. Esto dará como resultado, el nacimiento de un
Self Malo. El Self bueno, buscará situaciones y experiencias positivas en su
vida y tendrá un funcionamiento cognitivo óptimo porque cuenta con la
recompensa (placer) y la regulación afectiva para llevarlo a cabo, mientras que
el Self Malo buscará fuentes de recompensa (placer) y de regulación de afectos en
lugares disfuncionales como adicciones, relaciones disfuncionales, malos
hábitos y por lo mismo su desempeño cognitivo será por debajo de lo funcional.
En el
ensayo anterior comencé exponiendo que ésta es una verdad innegable e
irrefutable. La disminución de la socialización está alterando peligrosamente
el funcionamiento individual y por ende, la salud de nuestras comunidades.