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jueves, 21 de julio de 2016

LA NUEVA "SOCIALIZACIÓN" Y SUS CONSECUENCIAS EN LO INDIVIDUAL Y LO COLECTIVO

En el ensayo pasado se presentaban varios elementos que están fomentando nuestra desconexión interpersonal. Quisiera reiterar que no es mi intención satanizar la búsqueda del éxito personal, o los aparatos electrónicos, sino más bien enfatizar aquellos elementos presentes en la sociedad actual que están rompiendo el ritmo de las interacciones personales. Este ritmo interpersonal incluye las pausas en las conversaciones, las facciones, el lenguaje no-verbal, los afectos, el contacto físico, etc. y estos elementos no son solo un lujo o accesorio insignificante para el ser humano, tiene un propósito muy bien definido. Este tipo de interacciones sociales son parte de un sistema de recompensa de nuestro cerebro. Literalmente, nuestro cerebro recibe estimulación en los centros del placer al estar interactuando con otras personas y al mismo tiempo funciona para auto-regular nuestros afectos. Es por esto que cuando estamos tristes o muy felices necesitamos compartirlo con los demás. Estamos “cableados” para recibir placer y ser regulados por medio de la presencia de otra u otras personas. Por esto, cuando interrumpimos este ritmo social/neurológico, estamos estropeando los sistemas de placer y de auto-regulación. La comprensión de este hecho científico debería prender las alarmas sociales de aquellas personas encargadas de los sistemas de salud en nuestros países. 


El panorama social está cambiando, cada vez estamos interactuando menos con otras personas. Estamos recibiendo menos recompensas de lo social, teniendo que buscar ese placer en otras partes (adicciones, comida, conductas de alto riesgo, etc.), y al mismo tiempo tenemos menos recursos para regular nuestros afectos, principalmente el estrés.  ¿Vamos comprendiendo la relación de  estos conceptos con  nuestra realidad social? Hay más búsqueda de placer y menos regulación de impulsos. Las estructuras de nuestro cerebro que se requieren para ser Humanos y experimentar empatía requieren una interacción cotidiana, predecible, repetitiva y estable con un grupo de personas.

Nuestro cerebro no nace con el “chip” de la empatía, esta programación solo se logra con la constante estimulación social de un grupo emocionalmente funcional. Es tan ilógico como esperar que un infante de 2 años pueda tocar una sonata de Chopin. Esta tarea solo se podría lograr (no a los 2 años), por medio de repetición, repetición, repetición. La instalación de los mecanismos neurológicos para la empatía se basa en el mismo concepto: Repetición Cotidiana ¿Hoy esperamos una generación empática sin la socialización necesaria para su consolidación? 


Como sociedad global nos hemos expuesto a una situación muy particular, las comunidades con mas recursos económicos están experimentando la mayor pobreza relacional y las familias con menos recursos económicos están presentando una mayor y mejor calidad emocional en sus relaciones. Hay familias que viven en la opulencia material que añoran el contacto interpersonal.



Los seres humanos por naturaleza somos contagiosos. Por muchos años se ha estudiado el poder de las famosas neuronas espejo. Todos sabemos que si alguien bosteza, es muy probable que alguien se “contagie” del bostezo. También hemos observado (o hemos sido uno de ellos) a las parejas enamoradas que súbitamente se parecen en su hablar, caminar, vestir ¡y hasta físicamente! También somos contagiosos cognitivamente, ya que si pasamos mucho tiempo con un grupo de personas con un tipo de ideología es muy probable que comencemos a simpatizar con dichas ideas. Para bien y para mal, los humanos también somos contagiosos en los afectos. Si te reúnes con gente optimista, muy pronto comenzará a elevarse tu estado de ánimo y viceversa. El mejor ejemplo de este fenómeno se da en la infancia, en donde idealmente, el afecto positivo de una madre es transmitido al bebé por medio de patrones de estimulación neuronal (contacto visual, físico, tono de voz, estado interno de la madre, etc.) que con el tiempo y la repetición predecible se convertirá en un esquema mental llamado apego seguro. Esta capacidad externa (la madre) de amar se convertirá en una capacidad interna (del bebé) para amar.
La ley de Hebb en las neurociencias explica de manera sencilla que las neuronas que se activan juntas se mantienen juntas. Es decir, la repetición y predictibilidad de esta dinámica, terminará por crear un circuito neuronal fuerte y permanente.
Cuando interactuamos con otras personas, los centros del placer (recompensa) y de regulación de afectos de nuestro cerebro son activados de la misma manera que fueron activados cuando estábamos en brazos de mamá. Nuestros niveles de estrés se reducen al estar en la presencia de otro ser humano. Esto tiene mucho sentido cuando lo vemos en un contexto terapéutico. Cada hora que el terapeuta pasa frente a sus pacientes está conteniendo (neurológicamente) su desbordamiento afectivo.


Nuestros cerebros necesitan socializar para mantener su funcionamiento óptimo. Las sociedades y comunidades se están deteriorándose y muriendo debido al aislamiento interpersonal al cuál nos hemos sometido. Las investigaciones señalan que la gente que interactúa física y emocionalmente con más personas son más sanas, reportan mejor calidad de vida, su expectativa de vida es mayor, etc.
Cuando el ser humano experimenta relaciones interpersonales funcionales recibe recompensa (placer), y cuando esto ocurre nuestros afectos son regulados, dando como resultado un mejor funcionamiento cognitivo. Es decir, nuestro cerebro  funciona de manera óptima (creatividad, resolución de problemas, disciplina, memoria, atención, concentración, etc.) cuando socializa. 
Los programas de salud han intentado de “atacar” los problemas  sociales y de salud como las adicciones, obesidad, criminalidad, estrés, calidad de vida, abandono escolar, bullying, etc., poniendo “curitas,” pero sin darse cuenta que estos son solo síntomas de una enfermedad mayor: ESTAMOS DEJANDO DE SOCIALIZAR.


Por muchos años se debatió si el famoso concepto de la Resiliencia humana se debía a factores inherentes al ser humano, o se debía a factores sociales-ambientales positivos. Hoy, las neurociencias nos han comprobado de manera tajante que la resiliencia es el resultado de interacciones sociales positivas (recompensa y regulación de afectos) a temprana edad. Esto tiene sentido cuando vemos a una mente en desarrollo que es expuesta a interacciones sociales positivas, asocia la compañía y la presencia de otras personas con afectos positivos y esto dará como resultado un nacimiento psicológico de un Self Bueno. Lo opuesto también ocurre; una mente en desarrollo que no es expuesta a situaciones positivas, o que se expone a situaciones violentas que se asocian con la presencia otras personas, no obtendrán la recompensa y ni la regulación de afectos necesaria para sobrevivir en una comunidad. Esto dará como resultado, el nacimiento de un Self Malo. El Self bueno, buscará situaciones y experiencias positivas en su vida y tendrá un funcionamiento cognitivo óptimo porque cuenta con la recompensa (placer) y la regulación afectiva para llevarlo a cabo, mientras que el Self Malo buscará fuentes de recompensa (placer) y de regulación de afectos en lugares disfuncionales como adicciones, relaciones disfuncionales, malos hábitos y por lo mismo su desempeño cognitivo será por debajo de lo funcional.

En el ensayo anterior comencé exponiendo que ésta es una verdad innegable e irrefutable. La disminución de la socialización está alterando peligrosamente el funcionamiento individual y por ende, la salud de nuestras comunidades.


martes, 19 de julio de 2016

EL SER HUMANO EN PELIGRO DE EXTINCIÓN


Hace un par de semanas una de mis pacientes me preguntó: "¿es mi imaginación o de plano estamos viviendo en una sociedad más violenta?" Mi primer reacción fue el pensar que cada generación seguramente se ha hecho la misma pregunta, pero tiempo después me puse a pensar a profundidad, y hoy estoy convencido que la percepción de mi paciente (y la mía, y seguramente la tuya), es que efectivamente hoy vivímos en una sociedad mucho más violenta. 

Los que me conocen en lo personal y en lo profesional saben que no soy muy afecto a hacer declaraciones absolutas, es decir sin dar espacio a otras posibilidades. He tratado de ser prudente en todas mis observaciones hablando desde lo que yo considero como ¨mi perspectiva.” En esta ocasión voy a romper mi propia regla y trataré de presentar un fenómeno social innegable y sus afectaciones en la psique de esta generación.
Lo que voy a tratar de presentar está basado en mis observaciones personales y profesionales de los últimos 3 años. Mis observaciones se basan en mi trabajo como terapeuta, victimólogo, consultor educativo, supervisor clínico y consultor en la creación de comunidades resilientes. Es un hecho, estamos perdiendo nuestra capacidad de ser empáticos. Y esto tiene una razón bien identificada que no está siendo atendida.


Para comenzar, quisiera presentar este tema desde un contexto social y antropológico, ya que nos ayuda a conocer el cómo hemos llegado a ser el tipo de “comunidad” que hoy somos de manera universal.
Hoy somos el resultado de una inercia de generaciones previas, con sus buenas decisiones y sus malas decisiones. Muy probablemente, las generaciones anteriores no tenían mucha consciencia de que sus acciones tendrían un impacto directo en las generaciones venideras. No fue sino hasta mediados del siglo pasado cuando se comenzó a plantear la necesidad de tener mejores programas educativos, mejores programas sociales, mejores leyes incluyentes de las minorías, etc. Es decir, hasta hace muy poco tiempo comenzamos a utilizar una de las principales características que nos distinguen de otras especies: “La capacidad de evolucionar social y culturalmente.” Ninguna otra especie tiene la capacidad de evolucionar tan dramáticamente de una generación a otra como los seres humanos. Esta capacidad nace desde la organización natural de nuestro cerebro, el cual es único entre todas las especies. Nuestro cerebro, particularmente la corteza cerebral, cuenta con esta increíble capacidad de almacenar información más que cualquier otra especie en el planeta. Nuestra generación ha aumentado sus conocimientos de una manera exponencial, de tal manera que hoy un niño en sexto de primaria conoce más sobre el cerebro humano, que lo que la persona más inteligente en el planeta conocía hace 50 años.
Esta increíble capacidad del ser humano, de aprender del conocimiento de generaciones previas para utilizarlas para el mejoramiento socio cultural, como la modificación de leyes, planteamiento de mejores programas educativos, programas para padres de familia, mejoras en los sistemas de salud, prevención del delito, etc., es única entre todas las demás especies. Cada generación ha tomado decisiones en cómo utilizar esta información, y esto se lleva a cabo de dos maneras: explícita (leyes, programas, estructuras sociales, etc.) e implícita (constructos de género, racismo, normas sociales, expectativas socio-económicas, etc.).
Cada generación ha tomado decisiones en relación a estas dos maneras de pasar información a las siguientes generaciones. Por ejemplo, las generaciones pasadas decidieron explícitamente que certificarse para poder manejar un auto era importante, por eso hoy tenemos que pasar (en teoría) un examen de manejo para que el Estado nos permita manejar un auto. Del mismo modo, las generaciones anteriores decidieron explícitamente que enseñar matemáticas era más importante dentro de un programa académico y que debía ser obligatorio que todo niño supiera sumar y restar. Esas fueron decisiones explícitas de generaciones pasadas que hoy siguen siendo vigentes, pero al mismo tiempo generaciones pasadas decidieron no implementar con la misma rigidez programas para padres y madres en relación a los cuidados necesarios (físicos y emocionales) de sus hijos. Generaciones anteriores no creyeron relevante el hacer explícito la importancia y la relevancia de los primeros años de vida de una persona. De manera IMPLÍCTA, las generaciones anteriores transmitieron a nuestra generación que esos años de infancia fluyen de manera espontánea sin la necesidad de preparación de los adultos alrededor de la vida de estos pequeños.
En pocas palabras, el día de hoy es mucho más importante estar certificado para manejar un auto, que para supervisar y cuidar el desarrollo de un infante. De manera implícita se nos ha transmitido que no es tan relevante el conocimiento y las habilidades para facilitar el desarrollo óptimo de una niña o un niño, y esta enseñanza (o falta de) se ha transmitido generacionalmente dando lugar a otras prioridades sociales.




Estos mecanismos de transmisión de información transgeneracional son muy importantes de comprender al estudiar la relevancia que tiene la exposición a la violencia como mecanismo para mediar conflictos en la actualidad. Estoy seguro que nadie de nosotros, conscientemente (explícitamente) le enseñaría a un niño o niña que la violencia es válida como una herramienta de medicación de conflictos interpersonales, sin embargo en la actualidad se calcula que la exposición (implícita) de los niños y niñas a la violencia es hasta de 50 veces mayor a lo que se tenía 30 años atrás. Es tiempo de comenzar a cuestionarnos y a evaluar intencionalmente lo que estamos transmitiendo a esta y a generaciones venideras. Esto no es un concepto nuevo, generaciones previas inventaron el racismo, el anti-semitismo, la misoginia, etc.  Hoy, gracias a procesos explícitos de consciencia hemos demostrado que son fenómenos nocivos para el desarrollo y funcionamiento en lo individual y colectivo. Hace menos de cien años era cultural e incluso científicamente comprobable que la mujer no podía ni debía participar en decisiones políticas (derecho al voto). Hoy, gracias a los avances científicos y a una serie de cuestionamientos sociales (minoritarios en un inicio), sabemos que la participación de la mujer es invaluable no solo en la esfera política sino en todos los aspectos socio-económicos. Este es un ejemplo del cómo una creencia transmitida genracionalmente  puede retarse y transformarse por medio de bases científicas y de movimientos sociales.

Ahora que hemos podido presentar los fundamentos antropológicos y sociales de la transmisión de información de una generación a otra, y del cómo mucha de esta información necesita ser retada por medio del conocimiento y movimientos sociales, quisiera presentar mi mayor preocupación  y ésta es que La sociedad que hoy hemos creado, menosprecia dos conceptos fundamentales de nuestra especie:
a) La maleabilidad del cerebro humano en los primeros años de la infancia, 
b) la naturaleza social  (interpersonal) del ser-humano

El olvidar estos dos conceptos tiene una afectación directa con lo que se ha llamado “la descomposición del tejido social.”

Nuestra sociedad actual ha minimizado la importancia de estos dos conceptos  y como resultado nos hemos convertido en personas mucho más vulnerables en muchos aspectos (salud mental, salud social, salud espiritual, etc.). Los seres-humanos somos seres biológicos, que como toda especie utiliza al máximo sus características para adaptarse a su medio ambiente. Algunas especies utilizan sus características físicas para cazar, perseguir, devorar, escabullirse, huir, etc., para adaptarse a su medio ambiente. Nosotros como especie, no pertenecemos al grupo de depredadores ni al grupo de presas, y por lo mismo tuvimos que sacar provecho de nuestras capacidades sociales para formar grupos (comunidades) que nos permitieran adaptarnos y sobrevivir. Nuestro cerebro humano está diseñado para ser influenciado por la comunidad. El cerebro humano depende de la socialización para desarrollarse a su máxima capacidad. Estamos “cableados” para interactuar con otros seres-humanos y de esta manera poder sobrevivir.
La sociedad actual ha querido transformar este hecho y llevarnos a una “independencia” que es ficticia. Ningún ser humano puede desarrollarse por sí solo. Toda nuestra fisiología está diseñada para ser interdependientes. Nuestros cerebros son maquinarias perfectas para leer y responder a las señales no-verbales de otras personas para poder interactuar con ellas. Tenemos terminaciones nerviosas en nuestra piel que requiere la estimulación del contacto para consolidar las emociones en nuestros cerebros. Hemos sido diseñados para ser tocados (este punto se lo recuerdo constantemente a mi esposa). Nuestro cerebro es un órgano social que necesita interactuar con un grupo de manera  constante para poder sobrevivir. 


Desde el comienzo de nuestra historia como especie formamos grupos para compartir los víveres y para delegar la responsabilidad de la seguridad del grupo. Los antropólogos nos indican que desde un inicio, una comunidad típica estaba compuesta por alrededor de 40-50 individuos de distintos rangos de edad, multi-familiar, multi-generacional. En estos grupos, los niños interactuaban con adultos (eran protegidos, corregidos, vigilados, enseñados, etc.) en una proporción de 4 adultos por cada niño. Hoy nuestros modelos pedagógicos sugieren que un ambiente altamente enriquecido es aquel en donde hay ¡1 adulto por 6 niños! 

Si observamos nuestra sociedad actual, es paradójico notar que hemos creado grandes urbes, impresionantes asentamientos humanos, pero con una mucho menor interacción social entre nosotros. En los Estados Unidos de América, en el censo del año 2000, el promedio de habitantes por casa era de 3; para el año 2010 más de 1/3 de las casas reportaron un promedio de 1 habitante por casa. Como si esta fragmentación social no fuera suficiente, la sociedad actual se ha hecho adicta a la tecnología. En países desarrollados se ha encontrado que las personas mayores de 12 años interactúan 11 horas promedio al día con artefactos electrónicos. Otros estudios señalan que en países industrializados, la interacción social (pláticas, contacto visual, contacto físico, atención, etc.) es interrumpido en promedio más de 150 veces por aparatos electrónicos. Estamos perdiendo la capacidad de estar sintonizados en un verdadero contacto social, reemplazándolo por contactos virtuales que se han hecho llamar "redes sociales." No es mi papel demonizar la tecnología, pero creo que existen varios fenómenos sociales que está facilitando la desconexión interpersonal que nuestros cerebros necesitan, que nuestras comunidades requieren para seguir siendo funcionales. Esta realidad social está teniendo afectaciones palpables que parece que nadie está atendiendo.

Seguimos con nuestra inercia de ser “independientes,” sin darnos cuenta que estas dinámicas personales y comunitarias nos están afectando en nuestra principal capacidad como seres humanos: ser empáticos.
En un segundo ensayo seguiré explicando las afectaciones individuales y sociales de esta fragmentación social, y del cómo creo que nuestra realidad (criminalidad, violencia, corrupción, enfermedades mentales, etc.) tiene una relación directa con el haber abandonado nuestra naturaleza  social e interpersonal.

martes, 12 de enero de 2016

La Importancia del Estudio de las Experiencias Adversas en la Infancia para una mejor comprensión de las enfermedades mentales

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Para quienes no se encuentran muy familizarizados con este estudio, lo voy a intentar describir y resumir principalmente para enfatizar la importancia de la prevención, y el tratamiento adecuado del trauma crónico infantil.

En esta liga podrán descargar un resumen mucho más elaborado en el idioma Inglés

Este estudio ha sido muy importante en la comprensión de las afectaciones de experiencias adversas en la infancia en muchas áreas del funcionamiento del individuo. Este estudio comenzó con el trabajo del Dr. Vincent Felitti en 1985. El Dr. Felitti era el jefe del departamento de medicina preventiva del centro de salud Kaiser Permanente en la ciudad de San Diego California. Este centro en particular recibía una gran cantidad de personas con un grado muy elevado de obesidad. El Dr Felitti y su equipo comenzaron a darse cuenta que la clínica contaba con un alto grado de deserción del programa nutricional. En promedio, solo 1 de cada 3 personas que comenzaban el tratamiento, lograban terminarlo de manera satisfactoria con una mejora significativa de su salud de forma integral.
Estos números alarmaron al equipo del Dr. Felitti y comenzaron a investigar las razones por las cuales los pacientes abandonaban sus tratamientos incluso cuando una mejora en su salud era evidente. Comenzaron a realizar pequeñas entrevistas con las personas que habían abandonado el programa y llegaron a una primera señal que abrió las puertas para una segunda etapa de la investigación. Ellos encontraron que más del 85% de esos pacientes obesos, habían nacido con un peso normal. Es decir, no había evidencia de que su obesidad haya sido una enfermedad desde  su nacimiento.
Esta primera observación los llevó a formular una primera hipótesis: El aumento de peso puede estar relacionado con experiencias ambientales en su desarrollo temprano.
El equipo de trabajo comenzó a formular una serie de preguntas relacionadas con el aumento de peso durante etapas o eventos significativos del desarrollo, y fue así como llegaron a la siguiente serie de preguntas:
            ¿cuánto pesabas cuando naciste?
            ¿cuánto pesabas cuando comenzaste la primaria?
            ¿cuánto pesabas cuando comenzaste la secundaria?
            ¿qué edad tenías y cuánto pesabas cuando comenzaste tu vida sexual?
            ¿qué edad tenías y cuánto pesabas cuando te casaste?

Se menciona una entrevista en particular que cambió por completo la dirección de este estudio, cuando un entrevistador hizo la pregunta sobre el peso al comenzar su vida sexual, la paciente respondió “40 kg.” Al principio el entrevistador creyó que la paciente no había comprendido correctamente la pregunta, y volvió a preguntar y la respuesta fue la misma, pero en esta ocasión la respuesta vino con un llanto profundo y ella dijo: “yo tenía 4 años y fue con mi papá.” El entrevistador inmediatamente reportó esta respuesta con el resto del equipo y todos concordaron en tener mucho cuidado de no guiar a los pacientes a ese tipo de respuestas, sin embargo al paso de las entrevistas el resultado fue similar. Un gran porcentaje de los participantes en el estudio comenzaron a reportar abuso sexual en la infancia.
El equipo invitó a cinco médicos externos que no sabían el propósito ni la naturaleza del estudio a que condujeran las siguientes 100 entrevistas y el resultado fue el mismo: presencia de abuso sexual incestuoso en la infancia.
La primera población que entrevistaron constaba de 286 personas y más de un 93% de ellos habían sido abusados y abusadas sexualmente en la infancia.
Esto se convirtió en la primera evidencia que apuntaba hacia una relación entre abuso infantil y afectaciones negativas en el auto-cuidado durante etapas subsecuentes del desarrollo. Sin embargo, nuevas evidencias comenzaron a mostrar la magnitud y profundidad de dichas experiencias adversas.
Durante otra entrevista, una mujer le reveló al investigador que había sido abusada sexualmente en la infancia y que también había sido violada a la edad de 23 años, y que durante los meses subsecuentes ella había subido 48 kg. Ella añadió la siguiente frase: “la obesidad ha sido mi mejor arma de prevención de otro abuso sexual.”
Esta entrevista reafirmó lo que muchos profesionales de la salud ya habían señalado pero que la medicina no había podido confirmar: PARA LOS SOBREVIVIENTES DE ABUSO, LA OBESIDAD NO ES UN PROBLEMA, ES UNA SOLUCIÓN Y UN ESCAPE.

Este descubrimiento desde el campo de la medicina le dio sentido al gran porcentaje de abandonos en los tratamientos no solo de obesidad, sino de problemas de adicción, conducta de la alimentación, relaciones destructivas, etc. En otras palabras, el estar bien les produce más ansiedad e incomodidad. En el caso de las mujeres obesas, su peso también les ayuda a ser menos “deseables” y de esa manera escapan a posibles ataques sexuales. En el caso de los hombres obesos, su gran tamaño lo hace menos vulnerable a posibles ataques físicos.



Ahora, el Dr. Felitti tenía un problema, ¿qué hacer con esta información?
Su primera oportunidad se presentó en 1990 en una reunión regional de la APA en donde estarían tratando el problema dela Obesidad. Al terminar su presentación, uno de los “expertos” en el tema desde la psiquiatría dijo desde el podio: “No podemos creerle todo a nuestros pacientes, muchos de ellos solo quieres excusas para justificar sus fracasos.” Por otro lado, durante dicha convención 
Es así que obtuvieron en el área de California alrededor de 26,000 participantes que respondieron a una serie de entrevistas y cuestionarios que contenían elementos sumamente importantes en relación al trauma crónico infantil (en algunas lecturas se le conoce como trauma complejo). Los investigadores pudieron dividir en 10 subtipos de experiencias adversas en las familias de los y las pacientes:
·      Abuso sexual
·      Abuso verbal
·      Abuso físico
·      Cuidador primario con enfermedad mental o adicto
·      Cuidador primario como víctima de abuso doméstico
·      Cuidador primario encarcelado
·      Pérdida de cuidador primario debido a divorcio o abandono
·      Negligencia física
·      Negligencia afectiva

La primera fase del proyecto se inició en 1995 hasta 1997 y se le dio seguimiento por 15 años con una población base final de 17, 421 personas. Cuando los primeros resultados llegaron, la mayoría del equipo lloró al ver la increíble correlación entre una serie de experiencias adversas con un descuido físico, social y emocional subsecuente en la edad adulta.

Primer descubrimiento: Existe una correlación directa entre el trauma infantil crónico (relacional) con la aparición de por lo menos una enfermedad crónica, al mismo tiempo la presencia de un trastorno mental, por lo menos algún tipo de problema social (conductas criminales, deudas, ausentismo escolar, bullying, etc.), y problemas en conseguir o mantener un empleo estable

Segundo descubrimiento: El 87% de la población del estudio, habían experimentado más de dos tipos de experiencias adversas en la infancia. Esto indicó, que la presencia de un cuidador primario con problemas de alcoholismo aumentaba significativamente la probabilidad de sufrir otro tipo de abuso.

Tercer descubrimiento: A mayor cantidad de experiencias adversas en la infancia, mayor el riesgo de desarrollar problemas médicos, metales y sociales en la adultez. Para entender esto, el equipo de investigadores asignaron un punto por tipo de experiencia adversa. Es decir, si un paciente había vivido con un padre alcohólico, y había experimentado abuso físico, a ese paciente se le asignaban dos puntos. El estudio reveló que personas con 4 puntos (4 tipos de experiencias adversas en la infancia) comparado con los pacientes con 0 puntos, tenían 240% mayor de riesgo de contraer hepatitis C, y un 290% mayor de probabilidades de contraer enfisema pulmonar, y un 240% mayor riesgo de ser contagiados de una enfermedad sexualmente transmitida.
Las personas con 4 puntos corren el riesgo de intentar el suicidio 12 veces más que una persona con 0 puntos. Son 10 veces más propensas a ser adictas a las drogas que los pacientes 0.

Estas conclusiones del estudio del Dr. Felitti y colegas deben hacernos cuestionar nuestra visión y perspectiva de los trastornos mentales y médicos, poniendo un mayor énfasis a la importancia del desarrollo humano en la etapa de la infancia. Más adelante concluiré con una propuesta de cambio en la perspectiva de la manera en que actualmente vemos los problemas mentales y sociales, principalmente desde una perspectiva preventiva.