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viernes, 27 de noviembre de 2015

¿Qué esperar de un posgrado?

Recuerdo que cuando comencé mi maestría en terapia familiar y de pareja tenía grandes expectativas sobre lo que habría de aprender esos dos años. Yo estaba seguro que lo que había aprendido en la licenciatura no era suficiente, y que seguramente esos dos años siguientes mi mente y mis habilidades serían transformadas al grado de ser un Maestro en el arte de la terapia familiar. Yo estaba seguro que en esos dos años mis profesores, mi supervisión y mis prácticas terminarían por formar, ahora sí, de manera radical, a un experto terapeuta familiar.
La realidad fue otra, y no porque mi escuela tuviera un programa deficiente, al contrario, hoy me siento bendecido por las bases y fundamentos que recibí durante esos dos años, pero no encontré lo que pensé que encontraría. Muchos nuevos terapeutas están en la misma situación, esperanzados a que un buen programa de posgrado los convierta en buenos terapeutas. Ahora que veo hacia atrás me doy cuenta que la responsabilidad de un programa de posgrado no es el de formar de manera completa a sus alumnos y alumnas, la preparación profesional de un programa de posgrado nunca puede lograr equipar totalmente a sus alumnos y alumnas para lo que deberán enfrentar en el mundo real. El mundo académico nunca puede compararse con lo que la realidad de nuestras experiencias clínicas y en la soledad de nuestros consultorios nos esperan al terminar un programa de maestría o doctorado.


El mundo académico solo puede aspirar a proveer los fundamentos teóricos, actitudes, ética y habilidades clínicas que todo novato necesita para comenzar a hacer sus pininos profesionales.
Ningún programa académico puede proveer las respuestas correctas a cada caso, pero si podemos brindar los criterios humanos, empáticos y profesionales para que cada alumna y alumno tomen sus propias decisiones.
En otras palabras, los programas de posgrado solo pueden aspirar a formar buenos novatos y nunca vender la idea de formar expertos. Si un programa de posgrado puede aceptar el reto de formar buenos novatos, entonces está cumpliendo su función.
Cuando un alumno o alumna comprende que su entrenamiento profesional a nivel posgrado solo alcanzará para formar un buen terapeuta novato, entonces puede aceptar la realidad de que su camino apenas comienza. Este elemento es básico en la madurez de un buen terapeuta, el reconocer que un diploma de posgrado no lo convierte en un experto. A veces pienso que los diplomas de posgrado deberían especificar que el conocimiento adquirido en dicho programa no es una garantía de sus capacidades profesionales. El terminar un programa de posgrado no nos convierte en expertos, y mucho menos en buenos terapeutas. Es solo el comienzo de un camino largo de aprendizajes vivenciales en lo profesional y en lo personal. Si el recién egresado de un programa de posgrado llega a comprender este proceso natural de madurez, sabrá que el obtener un diploma no lo exime de su responsabilidad de seguir siendo supervisado y de su propio proceso terapéutico.
Pienso que todo programa de posgrado en psicología debería explicar a toda alumna y alumno de nuevo ingreso esta realidad: Nuestro papel no es hacerte experto o experta, nosotros solo te daremos los fundamentos para que puedas comenzar a unir las distintas teorías con la realidad, y que te des cuenta de que no existen respuestas correctas.
Un programa de posgrado se debe ver como un iniciador de un proceso que no termina con una graduación, es continuo y nunca termina. La realidad es que nunca te conviertes en un experto en psicología o en psicoterapia, solo te vuelves más sabio al reconocer que convertirte en un experto no tiene ningún valor real ni para ti, ni para tus pacientes.

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