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miércoles, 4 de noviembre de 2009

Mi primer paciente de secuestro


Pues ya de regreso en México sin saber a quién o a dónde acudir, conozco por Internet una asociación que se dedica a la atención psicológica a víctimas de delito (Fundación para la Atención a Víctimas de Delito y Abuso de Poder), quienes me reciben muy amablemente y me aceptan como voluntario. Es en esta asociación en donde comienzo a darme cuenta de que en mi propio país sí existe una guerra, pero es una guerra muy distinta. Aquí no hay una trinchera bien definida, ni tampoco hay soldados, aquí todos somos prisioneros de guerra y cualquier día puede ser nuestro último. En esta guerra sí hay armas de fuego, pero el enemigo cuenta con una nueva generación de armamento: llamadas por teléfono, amenazas, envíos de partes de cuerpo, fotografías y video del daño provocado a nuestros seres queridos. El enemigo juega con nuestra mente, pero sobre todo con nuestras almas al negociar entre la vida y la muerte; al hacernos responsables de la liberación de nuestro ser amado. Es el año de 1999 y por primera vez tengo cara a cara a un sobreviviente de secuestro y aun recuerdo el miedo que sentía; yo había sido entrenado para "trabajar" con imágenes de guerra, que aunque son extremadamente fuertes, nada me había preparado para presenciar las huellas eternas de un secuestro
Mi primer paciente, una mujer de unos 50 años de edad, ingeniera química de un laboratorio muy reconocido. Recuerdo que en mis colegas en la asociación había una gran expectativa de ver como este paisano repatriado hacía todo lo que en papel decía saber.
Durante mi primer sesión recuerdo haber notado que la cara de mi paciente parecía haber sufrido algún tipo de parálisis, después entendería que esta deformación muscular no era otra cosa mas que una representación corporal del trauma psicológico.
Esta primer sesión me pareció eterna, recuerdo haberme mareado y mi estómago estaba revuelto. Mi corazón latía exageradamente rápido y mis manos me sudaban al escuchar por primera vez los detalles (no solo verbales, ya que el cuerpo también comunica su dolor), físicos y emocionales de un secuestro.
Hoy después de 10 años y más de 170 víctimas de secuestro (y sus familias), todavía no me acostumbro, ni dejo de asombrarme de la maldad del ser humano. Por el otro lado, he sido testigo de la fortaleza y del valor de los sobrevivientes de secuestro de enfrentar a sus memorias, sus procesos legales, a una sociedad que no los entiende y que les pide que regresen a su normalidad como si nada hubiera pasado.

Ojalá el trauma psicológico se resolviera o se olvidara solo con querer.

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